Instituto de Formacion Docente Nº129

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Reflexiones acerca de la propia práctica ciclo 2010

Cada vez que me enfrento a un pensamiento o teoría filosófica me surge esta pregunta ¿Cómo enseñarlo a jóvenes de 16 años que nunca antes habían escuchado acerca de ello?... el desafío que se presentó al momento de las prácticas, fue no sólo pensar en cómo dar el tema, sino pensar cómo lograr que se apropien filosóficamente de él. Para ello fue necesario una y otra vez, preguntarme ¿qué es la filosofía?
La enseñanza de esta disciplina requiere la pregunta por la especificidad, por el fin que ésta conlleva, para no desviarnos y acabar enseñando un montón de teorías que nadie puede comprender a qué aluden o cómo resignifican nuestro presente.
Por ello, en este primer recorrido por las aulas, y ante mis constantes preguntas, puedo decir que la enseñanza de la filosofía se me ha presentado ante todo como un desafío, pues requiere no sólo, y no por ello menos importante, de que tengamos un conocimiento pertinente de los pensadores, sino además que tengamos un enfoque, una mirada que vuelva a nuestro conocimiento vivaz, significativo. Hemos visto los distintos enfoques que pueden tomarse para ello, estos eran: el histórico, el trabajo con textos filosóficos, o adhiriendo a alguna escuela o doctrina o desde un enfoque problemático. Pero sólo ello no basta, es necesario recuperar el fin para lo que ello se adopta… qué buscamos generar en el adolescente, que objetivos se plantea esta disciplina.
Desde mi punto de vista, como considero a la Filosofía más que como una ciencia acabada, como una actividad del pensamiento en la que el hombre se redescubre genuinamente, porque se halla no sólo viviendo actualmente cada instante de su vida sino que, a la vez puede reflexionar sobre él, darle sentido, dirigirlo hacia un fin común, podría decirse que la enseñanza de la filosofía no consta sólo de enseñar las teorías de los filósofos, o las cuestiones que a ellos inquietaban y sus respectivas respuestas, sino en “contarles” a los adolescentes, cuáles eran de algún modo las inquietudes filosóficas que existieron a lo largo de la historia humana y a dónde llevaron las continuas investigaciones por resolverlas, para que ellos mismos puedan comprender que sólo el cuestionamiento por el presente muestra un abanico de posibilidades para el futuro.
Enseñar a la filosofía como una materia en la que debemos reproducir teorías que otros pensaron, sólo para saberlas, pero sin otorgarles sentido, sin cuestionarlas, sin contextualizarlas; sería perder la riqueza que se oculta tras el pensamiento propio. La filosofía debe ser una piedra que nos haga tropezar y mirar nuevamente el camino, no creer que éste ya esté marcado y sólo debemos avanzar, es un modo de hacernos reaccionar y volver a recordar hacia dónde vamos, si queremos ir, o si ya no optamos por ese rumbo. Fuera de lo metafórico, sería desprendernos de las certezas y empezar a entender que hay muchas cosas que no son del modo que realmente deseamos, que podemos elegir otras opciones, que podemos hacer otras preguntas...
Pero sobre todo, entender que no podemos descubrir todo esto solos. Por ello pensamos con otros, leemos a otros, observamos lo que sucede… porque el hombre no es sólo pensamiento, es un ser que vive y proyecta con otros, que tiene un tiempo y un espacio propio, por ello la filosofía también permite comprender que la diferencia es posible, que discutir con otros no es violencia, es un derecho. Analizar cuestiones, exponer argumentos, discutir puntos de vista, y obtener el respeto del otro por mi postura, construye una sociedad dónde pueden habitar todos, porque la diferencia no es una debilidad, es una fortaleza.
Después de todo esto, ¿cómo no pensar que enseñar filosofía es un desafío? Requiere de un replanteo constante, de una autocrítica y un compromiso auténtico, pero sobre de una responsabilidad de gran tenor, pues generar el pensamiento crítico, requiere de un espacio para ejercerlo, y muchas veces allí encontramos el muro que nos detiene, allí es dónde aparecemos cómo “los ilusos” o “los locos”, pero es allí dónde encontramos también la mayor satisfacción, porque en el fondo sabemos que aunque parezca imposible, para la filosofía, ningún muro es infranqueable.

Generalmente cuando uno es docente, o aspira a serlo, tiende a crearse una imagen homogénea y errada de quiénes serán sus alumnos. En el caso del filósofo, esto no debería suceder pues él es, por excelencia, quién mejor se libra de estos prejuicios provenientes de la doxa. Sin embargo, muchas veces esta idea de qué clase de personas nos encontraremos al entrar al salón, nos invade; muchas veces por ansiedad, otras por temor y necesidad de estar preparados, otra sólo por prejuiciosos. No podría identificar cuál me invadió al momento de encarar mis prácticas, pero tal idea se me hizo presente.
Hoy me pregunto ¿qué es la juventud?, ¿qué características le pertenecen? ¿existe un prototipo de alumno de 2do o 5to año de la Secundaria? Obviamente las respuestas no son simples, pero el análisis me permitió confrontar esta evidente verdad, esta generalidad de JUVENTUD, ADOLECENTES, ALUMNOS, está viciada de supuestos teóricos, propios incluso de la psicología, que no se hallan en cada alumno, adolescente o joven. Pude rescatar que cada uno de ellos tenía inquietudes diferentes, tiempos propios y respuestas originales y reflexionadas, muchas veces llegué a sentirme en desventaja por subestimar que los llevaría a un puerto, en el que ellos ya habían anclado mucho antes. Descubrí que no se puede ir siempre con la ilusión de despertarlos de un mundo de fantasías, porque muchos de ellos, tienen un contacto muy realista con el mundo, muy difícil y muchas veces muy maduro.
Cada curso es un ámbito único, en el que se pueden encontrar muchas cuestiones para filosofar de un modo específico, es una riqueza tan diversa que considero que ello lleva a querer homogeneizarlos, porque ante la imposibilidad de poder tomar un poco de cada uno, buscamos algo que los aúne, que los unifique dirigirlos a un único destino, cuando de allí podríamos sacar múltiples accesos a una misma realidad, a un mismo mundo. Cada uno posee un modo ingenuo (en el mejor sentido de la palabra) de alcanzar respuestas, el docente sólo debe suscitar la pregunta, las respuestas llegarán de modos diversos, y serán muchas, pero serán propias.

Retomando lo anterior creo que es una tendencia natural del docente el querer que lleguen a ésta conclusión, que desechen aquella… tanto que nos excedemos en explicaciones hasta darles “la” respuesta. Para la enseñanza de la filosofía es el mayor descuido, puesto que el pensamiento crítico es tal, sólo cuando se alcanza por las propias vías de la reflexión, podemos mostrar alternativas, pero no debemos decirles que existe ésta o aquella por excelencia, porque bien sabemos que no hay recetas mágicas, respuestas determinadas y correctas.
Definitivamente los docentes, tenemos un rol especial, pero casi debemos pasar desapercibidos en el aula, es decir si realmente trabajamos para que ellos puedan pensar por sí mismos, cuestionarse, discernir, debemos brindarles el espacio para que lo hagan; sólo darles los medios, las herramientas, pero el resultado debe obtenerlo solos o en conjunto, esto quiere decir sin un “maestro que tenga la verdad”.
Es muy difícil adoptar esta posición, pero en ello también consiste el desafío del filósofo, pues sabe que no tiene el acceso a la verdad y por ende no puede predicarla. Aquello que sabe, sólo debe servirle, a los alumnos, de instrumento, para pensar cosas que quizá no se hubieran planteado antes. Definitivamente todos somos parte de la escena educativa, pero la función docente es más bien tras el telón, una especie de director que trata de que los actores no olviden la letra, recuerden los pasos a seguir y los roles de cada uno para que la obra salga lograda, por ello los verdaderos protagonistas son los alumnos.

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